Calendarios 001, 002, 005, 006, 007, 009. Marta Ares. 1993

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LA METÉFORA EN EL ARTE. RETÓRICA Y FILOSOFÍA DE LA IMAGEN
por ELENA OLIVERAS

..." La inclinación natural del intelecto que, ignorando la "evolución creadora", parte de lo inmóvil y sólo se concibe el movimiento en función de esa inmovilidad, puede ser visualizada en Calendario 012 (2003) de Marta Ares. Antiintelectualista y "bergsoniano", consiste en una grilla dibujada en la pared en la que llega a repetirse un mismo número, superándose así los treinta o treinta y un casilleros correspondientes a cada uno de los días del tiempo espacializado. Ares exhibe la dificultad de dividir regularmente un tiempo que continuamente se crea a sí mismo. No todos los días tendrían veinticuatro horas; algunos durarían mucho más según haya sido la experiencia íntima, lo subjetivamente vivido.

Al intelecto se le escapa siempre la mínima variación, la nuance (matiz, gradación, transición suave). En esta imagen, en Bergson, metáfora de la difuminación del objeto tanto como del sujeto. Indica un desborde de lo "real", la ausencia de bordes fijos."...

Bergson: El collar de perlas

Es frecuente oponer a la oposición de los positivistas lógicos la de filósofos como Henri Bergson (1859- 1941). Aquellos rechazan la legitimidad de la metáfora e inclusive autores como Carnap han acusado a Wittgenstein, uno de los grandes mentores de la tendencia, de haber sucumbido al discurso figurado en varios pasajes de Tractatus.

En el marco de su teoría de la intuición, Bergson se ubica más allá del lenguaje abstracto, "científico", llevado por la necesidad de superar los límites de la inteligencia. Es que si contáramos sólo con esa facultad mecanizadora, no se daría del espíritu más que su imitación por la materia, es decir que sólo tendríamos de él una representación espacial que contrariaría su propia naturaleza.

No es el intelecto sino la intuición la que permite captar al flui de lo "Real". De allí su superioridad, como lo prueban, sobre todo, las obras de los artistas. "Cuanto más la obra de arte es inaccesible al intelecto, tanto más ésta es grande", afirmaba Goethe.

Al operar fuera del lenguaje conceptual, la intuición da lugar a la metáfora. Precisamente a ella recurrirá Bergson en más de una oportunidad. Señala que lejos de ser un desvío, se dirige directamente a las cosas:

"La intuición es algo más que la idea; para que pueda ser transmitida, habrá por cierto que acompañarla con ideas. Pero de preferencia se dirigirá a las ideas más concretas, a las que están todavía rodeadas por una franja de imágenes. Comparaciones y metáforas sugerirán lo que no alcancemos a expresar. No será una desviación; será, en cambio, un dirigirse rectamente al objetivo"

En L'évolution créatice (La evolución creadora) la metáfora del collar le permitirá "dirigirse rectamente al objetivo", confrontando esa imagen con la idea de durée (duración) actuante e irreversible. Allí leemos que el fondo de nuestra existencia es memoria, entendida como prolongación del pasado en el presente, como durée. Al ser memoria "actuante", será imposible separar, mecánica y sucesivamente, los fragmentos del tiempo. Precisamente, para mostrar lo que durée no es, Bergson se sirve de la metáfora de las perlas del collar, perfectamente separadas unas de otras:

"Allí donde hay una fluidez de matices (nuances) fugitivas que avanzan unas sobre otras, [nuestra atención] percibe colores separados y, por así decirlo, sólidos que se yuxtaponen como las perlas variadas de un collar: le fuerza entonces suponer la existencia de un hilo, no menos sólido, que mantiene a las perlas juntas."

La imagen del collar alude a un tipo de representación (intelectual) fundada en la lógica de los sólidos, según las cual los "datos" se presentan como perlas luminosas y distintas; aunque no percibamos el hilo que las une, ellas están ya unidas, una junto a otra. Observemos que el hilo que no vemos -una entidad vacía- se nos presenta como un presupuesto no menos sólido que las mismas piedras.

Destaca Michel Serres que Bergson opera en la zona de interdicción marcada por la certidumbre de Descartes. Niega un poderosísimo hábito intelectual que elabora, con claridad y distinción cartesiana, la experiencia del collar con sus perlas individuales y separadas del resto.

Pero los puntos que se suceden en el espacio no podrán jamás traducir el tiempo cambiante de la vida de conciencia. "Hagamos un esfuerzo, por el contrario, el percibir el cambio tal como es, en su indivisibilidad natural", dice Bergson en La pensée et le mouvant (El pensamiento y lo moviente). En lugar de pretender analizar la duración, haciendo la síntesis con conceptos ya formados, es preciso "instalarse en ella por un esfuerzo de intuición".

La inclinación natural del intelecto que, ignorando la "evolución creadora", parte de lo inmóvil y sólo se concibe el movimiento en función de esa inmovilidad, puede ser visualizada en Calendario 012 (2003) de Marta Ares. Antiintelectualista y "bergsoniano", consiste en una grilla dibujada en la pared en la que llega a repetirse un mismo número, superándose así los treinta o treinta y un casilleros correspondientes a cada uno de los días del tiempo espacializado. Ares exhibe la dificultad de dividir regularmente un tiempo que continuamente se crea a sí mismo. No todos los días tendrían veinticuatro horas; algunos durarían mucho más según haya sido la experiencia íntima, lo subjetivamente vivido.

Al intelecto se le escapa siempre la mínima variación, la nuance (matiz, gradación, transición suave). En esta imagen, en Bergson, metáfora de la difuminación del objeto tanto como del sujeto. Indica un desborde de lo "real", la ausencia de bordes fijos. Dice Rovatti:

"Las nuances de la subjetividad no pueden ser captadas: diferencia, discontinuidad, continua transformación e interpretación las vuelven inaferrables con los medios de una inteligencia asimiladora y visual. Nunca lograremos ver su "música". Pero en cada una de ellas se condensa y queda como encerrado nuestro ser subjetivo. O mejor, la subjetividad es ella misma sólo en esta huidiza presencia. El sujeto está ahí por entero, en la "coloración" que asume cada experiencia suya."

Al igual que Bergson, también Proust pone en cuestión el afán del intelecto de fijar los momentos pasados como si fueran eslabones independientes. "Ha sido en efecto un poeta [Proust] quien ha sometido a prueba la teoría bergsoniana de la experiencia", dice Benjamín. Filosofía y novela van entonces de la mano, unidas por intuiciones afines.

En À la recherche du temps perdu (En busca del tiempo perdido) se recrea, desde la novela, la experiencia bergsoniana de durée (duración), del tiempo no espacializable. En el primer volumen de la obra leemos:

"Los sitios que hemos conocido no pertenecen tampoco a ese mundo del espacio donde los situamos para mayor facilidad. Y no eran más que una delgada capa, entre otras muchas, de las impresiones que formaban nuestra vida de entonces; el recordar una determinada imagen no es sino echar de menos un determinado instante, y las casas, los caminos, los paseos, desgraciadamente son tan fugitivos como los años."

Uno de los (tantos) méritos de Proust es, precisamente, situarnos en el flujo temporal activado gracias a la memoria involuntaria o mémoire pure (Bergson). Recordemos que en la recherche se confrontan dos tipos de memoria: una de ellas, voluntaria -o "memoria de la inteligencia"- y la otra, involuntaria, surgida del azar. Los datos de la primera no conservan casi nada del pasado, presentándolo de manera muy pobre. Durante muchos años el narrador/ protagonista de la novela había tenido una visión muy precaria de la ciudad de Combray, donde había pasado gran parte de su infancia. Para cuando menos lo esperaba, el azar activó su memoria involuntaria gracias a la cual vuelve a todo lo vivido en la lejana ciudad. Es célebre el pasaje de la magdalena mojada en té que le permite recuperar el sabor que había saboreado en su infancia y, con él, Combray entero y sus alrededores.

"Mandó mi madre por uno de esos bollos, cortos y abultados, que llaman magdalena [...]. Y de pronto el recuerdo surge. Ese sabor es el que tenía el pedazo de magdalena que mi tía Leoncia me ofrecía , después de mojado en su infusión de té o de tila, los domingos por la mañana en Combray [...] así ahora todas las flores de nuestro jardín y las del parque del señor Swann y las ninfeas del Vivonne y las buenas gentes del pueblo y sus viviendas chiquititas y la iglesia de Combray entero y sus alrededores, todo esto, pueblo y jardines que va tomando forma y consistencia, sale de mi taza de té."

Podemos preguntar si es posible, realmente, desandar totalmente el camino pautado por el intelecto para llegar a la durée. ¿Cómo podemos percibir, más allá de la solidez de las piedras del collar, y de sus diferencias, la fluidez de matices (nuances) fugitivos? Bergson admite que se trata de una tarea jamás realizable del todo, pero aún así está justificada. Lo prueba, sin duda, la recherche de Proust.

La metáfora en el Arte. Ediciones Emecé. Emecé Arte. 2007